Articulo original : https://www.medias-presse.info/pere-joseph-refusons-lesclavage/186104/
por Pierre-Alain Depauw – 11 de febrero de 2024 – Traducido por Elisa Hernández
Un hermoso sermón pronunciado por el padre Joseph el día de Epifanía para la Jornada de Invierno de la Red de Agricultores Católicos.
«Tenemos que luchar, cualquier cristiano que no sea un luchador no es un hombre, no es un cristiano«.
«Nuestro tiempo no nos pertenece, debemos entregarnos al bien, salir de nuestro letargo. ¿Nuestra existencia se centra únicamente en nosotros mismos o hay algo dentro de nosotros que se concretará en nuestra existencia por el bien común?”
«Necesitamos reconstruirnos«.
Sermón:
…o la muerte. Muerte espiritual, muerte física, la esclavitud o la muerte. En la antigüedad, cuando quizá los hombres eran más viriles que ahora y se presentaban dilemas de este tipo; en última instancia, la esclavitud o la muerte, convertirse en esclavos de un pueblo vecino o morir, los hombres elegían la muerte antes que la esclavitud. Los hombres elegían la muerte antes que la esclavitud porque comprendían que era una especie de deshonra para un hombre. A nivel natural, esta especie de deshonra consiste en aceptar ser esclavizado y prefirieron morir, morir con dignidad para luchar contra esta destrucción de la libertad. Pues bien, yo diría, queridos amigos, que esta idea de preferir morir a convertirse en esclavo sin hacer nada, sin luchar contra esta esclavitud, creo que es un lema que puede trasladarse al cristianismo. No debemos aceptar perder esta libertad que Dios nos ha dado por el bien de todos. Y además, si comprendemos un poco la situación, sabemos que si dejamos que siga y aceptamos hasta el final, sin hacer nada a dejarnos esclavizar, perderemos nuestras almas y perderemos también nuestros cuerpos, lo perderemos todo. Y deberíamos sonrojarnos ante la idea de transmitir a nuestros hijos, de transmitir a las generaciones futuras, pues, una Francia, una religión, una sociedad en tal estado, en tal estado de decadencia que ni siquiera nos atrevemos a llamar a Francia, Francia, al catolicismo, catolicismo, a la sociedad, sociedad, a la familia, la familia, porque todo ha sido tan destruido. ¿Es esto lo que queremos transmitir a nuestros hijos? Dios no lo quiera, queridos hermanos, Dios no lo quiera.
Entonces, ¿qué podemos esperar de esta pequeña iniciativa que se ha tomado? Bueno, puede darnos la esperanza de que, gracias a Dios, en primer lugar, porque Dios quiere este orden natural, quiere este orden sobrenatural, Dios nos mostrará cosas que podemos hacer, y luego, como al margen, en disidencia de esta contrasociedad, reavivar las propiedades, reavivar las redes de propiedades para que pueda existir una amistad natural y una amistad sobrenatural entre un cierto número de familias, personas, que buscarán establecer redes entre sí, esa es la palabra que me viene a la mente, una red no necesariamente formalizada, no necesariamente conocida, y que establecerán redes entre sí para poder recrear un tejido real como el buen Dios quiere, como existía naturalmente en el país de Europa en otras épocas donde esta red existía naturalmente y eso es lo que hace falta. No podemos imaginar otras sociedades que las de las granjas, la tierra, alrededor de las torres de nuestras iglesias, eso es lo que queremos.
Y así estamos en el extremo opuesto del espectro de estas dos corrientes igualmente subversivas en la sociedad de las que estoy hablando. La primera es el marxismo y la segunda es el capitalismo liberal. No tenemos nada que ver con la primera, por supuesto, ni con la segunda. Es otra cosa. Nos oponemos al marxismo, que despoja al campesino del fruto de su trabajo, pero también nos oponemos al capitalismo liberal, que se apodera de las tierras de los campesinos para especular. Lo mismo da que da lo mismo.
Y tenemos algo que decir sobre estas tendencias, porque existe una doctrina social de la Iglesia. No es una teoría personal lo que queremos decir, hay una doctrina social, una doctrina política de la Iglesia que ha planteado estos temas, que los planteó más en el siglo XIX y en el siglo XX, es verdad porque, bueno, precisamente estas grandes subversiones estaban siendo producidas por el socialismo y por el capitalismo liberal y entonces los Papas hablaron de todos estos temas y hay que conocer las encíclicas y los mensajes que los Papas dieron sobre estos grandes temas.
¿Y qué dijeron los Papas? Sólo puedo rozar la superficie, sólo dar algunos títulos. Bien, los Papas hablaron sobre el trabajo, la propiedad, la tierra, la familia y el lugar que deben ocupar en nuestras vidas. Pues bien, debemos estar familiarizados con estos conceptos, debemos conocerlos bien y debemos darles el lugar que les corresponde en nuestras vidas. Pero cuando dejamos de lado estos temas no podemos construir nada. Pues bien, yo diría muy profundamente que esta iniciativa de los agricultores, esta hermosa iniciativa campesina que ustedes han tomado, la basen en nuestro Señor Jesucristo, y cuanto más la basen en nuestro Señor Jesucristo, más podrá dar todas sus flores.
En segundo lugar, los reyes Magos son un ejemplo para nosotros. No sabemos exactamente de dónde procedían – Persia, el actual Irán, Siria o el sur de Arabia – pero cualquiera que fuera su origen, estos Magos tuvieron que recorrer un buen millar de kilómetros para llegar a Judea. En aquella época, todo esto significaba una gran perseverancia. No todo es ponerse en camino, no todo es partir, no todo es tener algún tipo de sentimiento religioso en algún momento de la vida, algún tipo de entusiasmo por Cristo y por la religión, no, no todo es eso. Se trata de perseverar, se trata precisamente del amor de Cristo, el amor de Cristo que debe estar ante todo en la voluntad, y no ante todo en los sentimientos, si Dios da los sentimientos, gracias a Dios, pero ante todo en la voluntad.
Pues bien, que este amor de Cristo sea perseverante en nuestras almas, perseverante en nuestros corazones, para que día tras día, del mismo modo que día tras día para vivir tenemos que, tenemos la obligación de hacer un cierto número de cosas: descansar, comer, lavarnos, etc., hacer un cierto número de cosas, y la vida sigue así; pues bien, por qué sorprendernos si en el plano sobrenatural las cosas son diferentes. Dios quiere que recemos nuestras oraciones matutinas todos los días, y nuestras oraciones vespertinas todos los días, y que nos dirijamos a El – tener que decirlo demuestra lo reducidos que estamos – que nos dirijamos a Nuestra Madre celestial, igual que nos gusta dirigirnos a nuestra madre terrenal, y que le expresemos nuestro amor cada día y nos demos cuenta de lo que hace por nosotros en la tierra, en nuestras vidas, y por eso rezamos a la Santísima Virgen y amamos dirigirnos a ella, que cada día le dediquemos tiempo al buen Dios, tiempo en lo que llamamos la razón, una gran palabra para algo que es tan sencillo. Una gran palabra para algo que es tan sencillo. Consiste en hablar con Aquel que es nuestro mejor amigo, que está ahí, presente con nosotros todo el tiempo, de quien lo hemos recibido todo, de quien no podríamos hacer la respiración que estamos haciendo si él no estuviera ahí, ¿qué podría ser más normal que estar con el buen Dios, que hablar con el buen Dios? La perseverancia, mis queridos hermanos, es una virtud, es una virtud. Santo Tomás de Aquino nos dice que es una virtud que procede de la virtud de la fortaleza y que consiste en perseverar a pesar del tiempo, a pesar de las dificultades. Pues bien, los campesinos y agricultores nos dan un ejemplo natural de esta virtud que debemos sublimar al nivel sobrenatural.
En tercer lugar, los Reyes Magos también nos muestran que cuando llegan a Jerusalén y se encuentran con problemas, un poco ingenuamente se dirigen a Herodes, pero no sospechan del mal, sino que Dios quiere mostrarles que desgraciadamente el mal existe y que existen personas malvadas. Si hay una raza que no falta hoy en día y que prolifera en la tierra, es la raza de Herodes. Así que Dios nos pide que seamos prudentes, prudentes en relación con estos hombres malvados, en relación con estos hombres inicuos, en relación con estos hombres que quieren el mal, en lo que hacemos.
Así que yo diría que esta generosidad, esta audacia en la iniciativa, esta perseverancia en la iniciativa, cuidado, no deben llevarnos a no reflexionar. El buen Dios nos ha dado nuestra inteligencia para reflexionar, para que seamos prudentes en las iniciativas que tomamos. Dios nos ayuda, debemos pedir su ayuda. ¿Cómo comprendieron los Magos que no debían regresar a él?, ya que Herodes les había pedido que volvieran con él – pues fueron advertidos divinamente por un Ángel. El buen Dios que hizo estas cosas por los Magos puede hacerlas por nosotros hoy, pero sólo si se lo pedimos. Otra aplicación que podemos sacar de esta página del Evangelio es que, aunque el Evangelio no nos dice que fueran tres los Magos, la tradición opta por este número, basándose en el hecho de que trajeron tres regalos: oro, incienso y mirra. Y así se suele decir que cada uno de los reyes Magos trajo uno de estos regalos, de ahí el número tres. El hecho es que tres o tal vez más, no lo sabemos, bueno, tenemos hombres que han viajado juntos con el mismo objetivo, hombres que se apoyan mutuamente, que comparten su trabajo y sus esfuerzos.
Pues bien, yo diría, seamos conscientes también de eso, de que no todo en las iniciativas que se toman, en los esfuerzos que se realizan, debe recaer únicamente en las mismas personas. Se trata de apoyarnos mutuamente, se trata de preguntarnos honesta y concretamente en nuestras vidas, si al final nuestra existencia se centra únicamente en nosotros mismos en una especie de egoísmo un poco demasiado fácil o si realmente hay algo, algo que existe en nosotros y que tomará forma concreta en nuestra existencia para hacer algo por los demás, de tener un sentido del bien común, de tener un sentido de la necesidad, que es tanto mayor hoy en día debido al deterioro de todo, de que demos algo generosamente y sin darnos cuenta, demos algo por el bien común, demos algo por esta resistencia, por la resistencia necesaria que hay que llevar.
Me gustaría dar las gracias a nuestros anfitriones por lo que están haciendo, me gustaría dar las gracias a nuestros anfitriones por todo lo que representa esta 2ª jornada que están organizando, me gustaría dar las gracias a nuestros anfitriones por la creación del Ángelus y de esta red, y me gustaría darles las gracias, rezar especialmente por ellos durante esta misa e instarles, queridos amigos, e instar a todos los que conocen esta red de agricultores a que den su apoyo, de una forma u otra, todo el mundo está en condiciones de hacer algo, todo el mundo está en condiciones de ayudar.
Nuestro tiempo no nos pertenece. Nuestro tiempo nos ha sido dado por el buen Dios para ponerlo a su disposición. Así que yo diría que guardar el tiempo para nosotros mismos e imaginar que podemos hacer lo que queramos con él son ideas muy modernas y falsas. No, nuestro tiempo pertenece al buen Dios y deberíamos alegrarnos de poder utilizar nuestro tiempo al servicio de Dios.
Este es también el ejemplo de los Magos. Todos regresaron llenos de la vista de la Santísima Virgen, todos llenos de la vista de Nuestro Señor y la tradición nos dice que regresaron a sus países, eran estimados por su sabiduría natural, los Magos eran sabios, y bueno, regresaron con sus espíritus evangélicos, predicaron el Evangelio y los tres murieron mártires. Eso es lo que nos dice la tradición.
Bien, queridos hermanos, quisiera concluir expresando esta armonía, esta profunda armonía que existe entre lo que ustedes hacen, entre la tierra, entre la tierra tal como debemos entenderla, tal como el buen Dios la ve, con el Evangelio, con la misa. No en vano, queridos hermanos, dentro de unos minutos, lo que el sacerdote tendrá en sus manos será primero pan y luego vino, y así lo quiso el buen Dios. Que sea pan que procede del trigo de la tierra, que sea vino que procede de la viña de la tierra, que sean estas cosas sencillas, tan bellas cuando las consideramos, que se utilizan correctamente, las que Nuestro Señor quiso tomar en la Santa Comunión para que se convirtieran en Su Cuerpo y Sangre, Su Cuerpo y Sangre. Y cuando los campesinos eran cristianos, imbuidos de todo esto, pues bien, qué incesante meditación podían tener ante sus ojos, cuando miraban los campos de trigo, cuando miraban esas viñas con sus racimos, porque en ese espíritu cristiano que los animaba, cuando veían ese trigo, veían el cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo. Cuando veían esos racimos de uvas, veían la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Esta era la armonía de la que hablo entre el Cielo y la tierra. Dios había hecho todo tan bien, había tal armonía entre la tierra y el Cielo, que todas estas cosas estaban indicadas. Los misterios sobrenaturales estaban indicados por los misterios naturales y todo era igual de bello e igual de armonioso, de tal manera que, bueno, como muestra claramente el Ángelus, cuyo cuadro se eligió para la pequeña reseña, el cristianismo estaba encarnado, el cristianismo estaba encarnado en la vida cotidiana, la grandeza del cristianismo, la belleza del cristianismo, ¡y todo eso ha sido destruido! Lo que era tan bello, lo que era tan armonioso, fue tan profundamente destruido.
Pues bien, tenemos que ser reconstructores, tenemos que serlo, no tenemos derecho a dejar que estas cosas se destruyan, tenemos que luchar, tenemos que luchar. Cualquier cristiano que no sea un luchador, no es un hombre, no es un cristiano.
Terminaré dando esta pequeña imagen tomada del Antiguo Testamento, bueno, de estos judíos que regresan a Jerusalén después de su cautiverio en Babilonia y que llegan al lugar donde estaba el Templo de Jerusalén y el Templo está destruido, el Templo que era la imagen de la Iglesia por venir, el Templo fue destruido. Así que la situación era realmente dramática, sobre todo porque durante su ausencia Palestina había sido invadida por muchos pueblos y estos pueblos no deseaban en absoluto que se reconstruyera el Templo.
Las Escrituras nos dicen que cuando los judíos para reconstruir el Templo, tenían una espátula en una mano y una espada en la otra, porque al mismo tiempo tenían que protegerse de los que no querían que se reconstruyera el Templo. Yo diría que hoy, evidentemente, ya no se trata de que haya que reconstruir el Templo de Jerusalén, eso es bastante obvio, pero sí hay que reconstruir la Iglesia y todo lo que significa la sociedad cristiana. No nos imaginemos que las cosas pueden suceder de una manera diferente a la simbolizada por lo que acabo de decirles. Debemos tener en nuestras manos nuestras herramientas, nuestra espátula sea lo que sea, es decir que tengamos este espíritu de constructores y que tengamos este espíritu en el sentido muy noble de la palabra de trabajadores, trabajadores constructores para la Gloria de Dios, para la reconstrucción de las cosas, para nuestros hijos. Y que, por otra parte, el enemigo está en todas partes, el enemigo es malvado y por lo tanto, que tengamos en la otra mano nuestras espadas, ¿y cuáles son nuestras espadas? Pues bien, nuestras espadas son ante todo nuestros rosarios, son ante todo la oración a través de la cual se nos da un inmenso poder contra nuestros enemigos. Tenemos que rezar al buen Dios, a la Santísima Virgen María, para tomar estos medios sobrenaturales que nos han sido dados.
No digo, porque sería irénico por mi parte, no digo que tomando nuestros rosarios, no tengamos o no debamos tener otras armas, no lo sabemos, pero diría, que no debemos excluirlo, que podemos ver que en el Evangelio nuestro Señor Jesucristo estima plenamente a los que son soldados y que debemos venerar empresas tan grandes como las que fueron las epopeyas de los Vandeanos o de los Cristeros. Así pues, la Iglesia es pacífica, pero la Iglesia no es pacifista. Por el momento, lo que es seguro es que el buen Dios espera de cada uno de nosotros ese espíritu de trabajo y de pasión que debemos tener para reconstruir, para realizar cosas, para entregarnos al bien. Y para sacudirnos cualquier letargo que pueda estar dormitando en nuestro interior, y en segundo lugar ese espíritu de oración que es nuestra arma sobrenatural más profunda.
Así pues, mis queridos amigos, mis queridos hermanos, asistamos bien a misa, asistamos bien a este tesoro que el buen Dios nos ha dado, asistamos a misa pensando en esta misa que celebramos, que ha atravesado los siglos y ha hecho a los santos, esta Misa cuyas mismas fórmulas pueden encontrarse en el siglo IV, en el siglo V, esta Misa que viene de los apóstoles, que las palabras que voy a pronunciar ahora mismo no las pronuncio yo, sino que las pronuncia Cristo a través de mí. ¿Se dan cuenta, mis queridos hermanos y hermanas, de la grandeza de la misa, del Gólgota presente en este granero? ¡Qué grandeza, qué magnificencia, qué belleza! Cómo debemos llenarnos de reverencia ante ella. Y cómo debemos comprender que es de hecho en la medida en que seamos hombres de la misa, para mí un sacerdote de la misa, para ustedes fieles de la misa, llenos de amor por la misa, llenos de amor por la Comunión, que seremos fuertes. Fuertes no en nuestras propias fuerzas, sino en la fuerza de Nuestro Señor Jesucristo.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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