Las mujeres no son hombres, y eso es algo bueno
Traducción del artículo: : https://thefeministturnedhousewife.substack.com/p/the-greatest-lie-of-the-modern-world
Por Elisabeth Stone – Traducido por Elisa Hernández

¿Quién habría pensado que este hecho tan básico, que nuestras abuelas aceptaban sin dificultad, se convertiría hoy en motivo de controversia para tantos?
Yo misma estuve profundamente inmersa en el movimiento feminista, donde ideas como estas eran moneda corriente. No creo haber afirmado abiertamente que hombres y mujeres fueran iguales, pero sí creía que las mujeres podían hacer todo lo que los hombres hacían, y con la misma destreza. Así que, en un sentido lógico, supongo que sí lo creía; solo que, como tantas otras feministas, prefería negar las consecuencias lógicas de mis propias palabras.
Realmente creía que las mujeres podían ser tan fuertes como los hombres, desempeñar los mismos oficios, alcanzar las mismas metas y con igual eficacia. Una verdadera ilusión colectiva.
Pero ¿por qué se ha convencido a las mujeres de que deben ser iguales a los hombres? Es porque el feminismo ha hecho del arquetipo masculino el ideal al que todas las mujeres deben aspirar. Las cualidades, logros y conductas masculinas se han eregido como el estándar.
Y, pese a que muchas feministas reniegan de la masculinidad, la han convertido en su propio altar, ante el cual todas deben inclinarse y por lo que deben luchar.
En su afán por hacer a la mujer “igual” al hombre, no han hecho sino borrar la esencia misma de la feminidad.
Y por más propaganda que se nos imponga, nuestros cuerpos, nuestras mentes y nuestras almas no mienten: jamás seremos iguales, porque no fuimos creados para serlo.
La mayor mentira del mundo moderno es ésta: que el hombre y la mujer son iguales. Que son intercambiables.
Esta mentira no es solo una aberración científica; es, sobre todo, mala filosofía. Es la negación de los principios mismos que rigen la naturaleza y la existencia humana. Un árbol no es igual a la tierra en la que hunde sus raíces. El sol no es lo mismo que la luna. El agua no es igual al fuego. Su valor no depende de su semejanza, sino de su diferencia y de la armonía que surge de los opuestos.
Así es también con el hombre y la mujer.
La biología es filosofía encarnada
Todo comienza en el cuerpo.
La mujer nace con todos los óvulos que llevará consigo durante su vida, un depósito de posibilidad que aguarda el momento de despertar. El hombre produce su semilla a diario, derramando abundancia en busca de continuidad. La mujer menstrúa, gesta y amamanta: ritos sagrados que la enraízan en el ciclo de la vida. El hombre no.
Estas diferencias biológicas no son accidentes: son encarnaciones de verdades metafísicas. La mujer como continuidad; el hombre como inicio. La mujer como vaso de la vida; el hombre como guardián de esa vida.
Nuestras hormonas refuerzan ese orden:
- El estrógeno hace a la mujer relacional, cíclica, profundamente sensible a la emoción.
- La testosterona hace al hombre lineal, combativo, estable, orientado hacia el exterior.
Lo que la ideología moderna llama “constructos sociales” no son sino reflejos del diseño biológico y espiritual del ser.
La estructura del ser
Desde antiguo, la filosofía ha comprendido que la realidad se edifica sobre oposiciones complementarias: la noche y el día, el cielo y la tierra, la forma y la materia, el logos y el eros.
Pretender reducir al hombre y a la mujer a una misma esencia es quebrar una de las armonías más profundas de la existencia. Es exigir un mundo de mediodía perpetuo, sin noche; de forma sin materia. En otras palabras: el caos.
El error del feminismo fue creer que la igualdad exigía la semejanza. Pero la semejanza no es igualdad: es borramiento. Borramiento de la diferencia, del complemento, del sentido.
Cerebros, almas y orientaciones
La ciencia confirma lo que la tradición siempre ha sabido: los cerebros de las mujeres están más interconectados entre los hemisferios, lo que las hace más sensibles a las relaciones, las emociones y las señales sutiles. Los cerebros de los hombres están más especializados, diseñados para la concentración, los sistemas y la estrategia.
- La mujer se orienta hacia el interior, hacia las personas. Las mujeres ven el corazón. Crean el ambiente en el que los demás pueden prosperar.
- El hombre se orienta hacia el exterior, hacia las cosas y las ideas. Ordenan, protegen y avanzan hacia lo desconocido.
Hacia el interior y hacia el exterior. Uno nutre el centro, el otro protege el perímetro. Esta es la estructura misma de la civilización.
El deseo y el drama humano
Incluso en el deseo, el guion está escrito de la misma manera.
- Las mujeres, receptivas por naturaleza, se abren sexualmente a través de la confianza y la conexión.
- Los hombres, iniciadores por naturaleza, a menudo buscan la conexión a través del sexo.
Necesidades opuestas, pero cuando se unen, crean la danza que hace que el amor sea duradero. Cada uno aporta lo que al otro le falta y, en esa tensión, nace la intimidad.
Cuando ignoramos esto, generamos resentimiento y confusión. Creamos desorden y desconexión.
El hogar como microcosmos
El hogar es el reflejo más pequeño del cosmos.
- El hombre establece la estructura, la dirección y la protección.
- La mujer establece el ambiente, el cuidado y la reflexión.
Sin el hombre, el hogar se derrumba hacia afuera, vulnerable y sin dirección. Sin la mujer, el hogar se derrumba hacia adentro, frío y sin vida. Juntos, crean un orden impregnado de calidez, una seguridad impregnada de significado.
Por eso la familia siempre ha sido la raíz de la civilización. La base misma de la sociedad que la rodea. Cuando los hombres y las mujeres rechazan su complementariedad, el hogar se fractura y, con él, el mundo.
La libertad revela, no borra
Incluso en las sociedades modernas, donde los hombres y las mujeres son «libres» de elegir cualquier carrera o camino, surge el mismo patrón. Las mujeres se inclinan por el cuidado y la educación. Los mismos trabajos que realizaban hace 100 años son los mismos que siguen realizando hoy en día. Los hombres se inclinan por la ingeniería y los sistemas.
El error metafísico de la igualdad
En esencia, la obsesión moderna por la igualdad no es solo un error científico, sino también metafísico. Es una rebelión contra el principio de complementariedad, contra la esencia misma de la creación.
Conclusión
Los hombres y las mujeres no estamos destinados a ser copias. Estamos destinados a complementarnos mutuamente, a aportar lo que uno necesita y a suplir lo que al otro le falta.
La mayor mentira del mundo moderno es la igualdad. La mayor verdad es que la armonía requiere diferencia.
La tradición siempre lo ha sabido. El feminismo quiere que lo olvide. La civilización depende de que lo recordemos de nuevo.
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