Tradducion por Elisa Hernández
Articulo Original – Civitas Francia / 19 abril 2017
La pregunta atormenta regularmente a algunos: ¿Deberíamos votar o no en las elecciones presidenciales? Un padre capuchino nos ofrece materia de reflexión.
Permítanme aclarar primero que se trata de política, es decir, de un ámbito mixto entre lo temporal y lo espiritual, y por lo tanto muy delicado de abordar, y donde las opiniones pueden variar. Todos debemos ser absolutamente unánimes sobre el dogma de la Realeza social de N. S. J. C., la necesaria unión de la Iglesia y de un Estado cristiano para la salvación de las almas y todo lo que el Magisterio de la Iglesia nos ha enseñado como principios políticos.
Pero en cuanto a la aplicación concreta y puntual de estos principios, en las circunstancias actuales de separación de Iglesia y Estado, es una cuestión prudencial y acorde a la conciencia de cada uno: el 1 de mayo de 1904, Louis Dimier le preguntó a San Pío X lo qué se debe hacer en las elecciones; la respuesta del santo Papa: “Esto es algo sobre lo que Roma no tiene nada que decir y que sólo les concierne a ellos, católicos y franceses”.
Así que quede claro entre nosotros que no pretendo proporcionarle la única solución católica al problema de las elecciones presidenciales. Otros sacerdotes, otros laicos interesados en la política cristiana pueden y sin duda tendrán una opinión diferente o más matizada. Cuestión de conciencia.
1er punto: ¿Podemos o debemos votar?
Algunos tradicionalistas afirman que por principio no deberíamos votar y abstenernos de acudir a las urnas:
– ya sea por convicción monárquica
– ya sea por negarse a respaldar la herejía del “poder que proviene del pueblo”
– ya sea porque los antiguos Papas (como Pío IX en 1864) criticaron el sufragio universal como “una plaga que destruye el orden social y que merece, con razón, ser llamada la mentira universal”
– ya sea porque el sistema actual es en sí mismo poco representativo e injusto, dando la misma voz a un padre de familia numerosa y a un joven apenas salido de la adolescencia, a un magistrado y a alguien que ya no tiene antecedentes penales limpios, etc.
– o porque entramos en el “sistema republicano”, que no quiere otra cosa más que ser reconocido, y caeríamos en el “democratismo”.
En 1988, durante las elecciones presidenciales, el Gran Maestre del Gran Oriente de Francia declaró en la prensa nacional: “Un solo lema para las elecciones presidenciales: ¡votar!”. (¡Poco importa para quién!)
– La mayoría de las veces elegimos a un hombre que no conocemos, de quien desconocemos la ideología, la pertenencia o dependencia a una sociedad secreta, la fidelidad a sus promesas, las iniciativas que tomará sin previo aviso, etc. No podemos ser lo suficientemente competentes para nombrar a alguien para la máxima responsabilidad de nuestra patria, o para la Cámara que elabora las leyes.
– La “mayoría” que sale de las urnas es engañosa. Si el 60% de los ciudadanos vota y 40% se abstienen, la “mayoría” del 51% representa en realidad menos de un tercio (31%) de los votantes.
– Las elecciones son una ocasión para la demagogia, para promesas electorales que no se podrán cumplir más tarde, etc.
Hay bastantes razones – y sin duda podríamos añadir más – que pueden ser suficientes para justificar la actitud de estos sacerdotes y laicos tradicionalistas que se niegan a votar por principio.
Estos sacerdotes y laicos son dignos de crédito: tan buenos franceses como católicos, antiliberales y doctrinalmente formados, piadosos y celosos de la buena lucha de la Fe y de Cristo Rey. Usted puede tomar partido por su opinión según su conciencia y decirse a sí mismo: “No debo votar en las elecciones presidenciales”.
Pero, por honestidad, también hay que sopesar las razones de otros sacerdotes y laicos tradicionalistas, igualmente piadosos y celosos, que piensan lo contrario y dicen: “Hay que votar…”.
Los más formados doctrinalmente le dirán que en los manuales de teología moral anteriores al Concilio y provistos de imprimátur, los moralistas de renombre (Noldin, Müller, Vittrant, Jone, etc.) enseñan que hay una seria obligación de votar si la abstención pudiera resultar en la elección de un mal candidato que perjudique gravemente el bien común del país. Por lo que hablan de pecado mortal al abstenerse de votar sin una excusa válida.
Apoyarán esta regla moral de decisiones del Magisterio de la Iglesia:
– San Pío X a los católicos españoles el 20 de febrero de 1906:
“Todos recordarán que a nadie se le permite permanecer inactivo cuando la religión o el interés público están en peligro. De hecho, quienes se esfuerzan por destruir la religión y la sociedad buscan sobre todo apoderarse, en la medida de lo posible, de la dirección de los asuntos públicos y ser elegidos legisladores. Es entonces necesario que los católicos pongan todo su empeño en evitar ese peligro…” (Carta al obispo de Madrid que le interrogó).
– Pío XII (discurso a los sacerdotes de Roma, 10 de marzo de 1948):
“En las circunstancias actuales, es una obligación estricta para todos aquellos que tienen derecho a hacerlo, hombres y mujeres, participar en las elecciones. Quien se abstiene de ello, especialmente por apatía o falta de valor, comete en sí mismo un pecado grave, una falta mortal”.
– Decreto de la Sagrada Congregación Consistorial de Roma (31/12/1947): “Ante los peligros que exigen la colaboración de todas las personas honestas, la Sagrada Congregación Consistorial advierte a todos los que tienen derecho a votar, sin distinción de edad o sexo, que están obligados a hacer uso de este derecho”.
También podemos citar el ejemplo de un gran santo contemporáneo, el Padre Pío, que acudió ostensiblemente a las urnas para movilizar a sus conciudadanos, y que logró cambiar a los cargos electos socialistas-comunistas de su sector por católicos.
Pero como hoy en día el argumento de la autoridad es poco popular, invocamos sobre todo “buenas razones” para votar “útil” a pesar de todo:
– Si la izquierda pasa por unos pocos votos, seremos responsables de ello con nuestra abstención.
– “De dos males, debemos elegir el menor” …
– La derecha conservará nuestras escuelas que no están asociadas por contrato con el Estado, la izquierda no.
– Y también por otras razones.
Teniendo en cuenta este argumento, y en particular la cita tan fuerte como clara de Pío XII, parece que debemos estar de acuerdo con los partidarios del voto a pesar de todo, o al menos disculparlos, y actuar y dejarlos actuar según nuestra conciencia personal.
En mi opinión, estos dos argumentos que parecen oponerse no son contradictorios, salvo en sus conclusiones demasiado categóricas y que van más allá de las premisas. Me parece que debemos “sujetar ambos extremos de la cadena”, grabando en nuestra mente lo que es correcto en cada lado desde un cierto ángulo, o mejor dicho bajo ciertas condiciones o circunstancias.
Me explico: en cada caso particular en el que seamos invitados a las urnas electorales, y según este caso específico, debemos examinar si podemos o no, moralmente hablando, cooperar en esta acción cívica, según las circunstancias. Porque en teología moral las circunstancias son un elemento importante que puede hacer que una misma acción sea buena o mala.
Estas circunstancias juegan un papel particular en lo que llamamos el acto “voluntario indirecto”, donde nos preguntamos si podemos realizar un acto del que resultará un efecto doblemente vinculado: un efecto bueno y deseado, y un efecto malo y no deseado. Perdón por estas explicaciones teóricas pero necesarias. Aquí hay ejemplo que entenderá enseguida.
Una gran tormenta amenaza a un barco. El capitán se pregunta si puede tirar al mar los contenedores que están en cubierta de los cuales tiene el deber contractual de llevar a puerto, para evitar que el barco y la carga (y la tripulación) se hundan todos juntos… Si lo hace su acción será buena, aunque resulte en un efecto malo y perjudicial para terceros, pero es algo no deseado e impuesto por las circunstancias.
Por lo tanto, necesitamos examinar la cuestión desde este aspecto de las elecciones, donde estamos confrontados a un acto electoral con dobles efectos: buenos (evitar el comunismo, salvaguardar nuestras escuelas, limitar un poco más las malas leyes, etc.) y malos (respaldar al “sistema”, favorecer a un candidato que no sea realmente católico, etc.).
La teología moral enseña a los sacerdotes reglas muy precisas para resolver este tipo de dilema con buena conciencia. Esto puede ayudarnos a ver las cosas más claramente:
1) Que el acto no sea intrínsecamente malo.
2) Que el efecto bueno sea inmediato.
3) Que la intención sea buena.
4) Que la causa sea proporcionada.
1) Votar no es inherentemente malo.
Es el tipo habitual y necesario de designación del Papa o de un superior de una comunidad religiosa. Es la costumbre inmemorial en algunos países (Suiza, por ejemplo). Es la mejor forma de designar delegados y directivos en el orden corporativo, etc.
Por tanto, esta primera condición permite en principio votar.
2) ¿Buen efecto inmediato?
San Pablo (y el Espíritu Santo) nos ordena no hacer nada malo (pecado) para obtener algún bien de ello. Lo que la sabiduría popular traduce como: “El fin (bueno) no justifica los medios (malos)”. El canónigo Berthod, en Écône (Suiza), tenía esta aplicación muy significativa para el espíritu: «No se tiene derecho a cometer el más mínimo pecado venial, ni siquiera para salvar a la propia patria».
Cuidado, el mal efecto debe estar vinculado a la naturaleza del acto.
En nuestro caso de elecciones, si votar es un buen medio en sí mismo (como hemos visto: condición n°1), la acción contenciosa de votar por un candidato menos malo, pero aún malo, plantea un verdadero problema moral. Aquí es donde debemos completar las citas de los papas y los moralistas.
– San Pío X (continuación de la carta al obispo de Madrid): “Tal como lo aconsejan sabiamente los artículos conformes a los escritos de los moralistas, debemos elegir hombres que parezcan velar mejor por los intereses de la religión y de la patria en la administración de los asuntos públicos”.
– Pío XII (continuación del discurso a los sacerdotes de Roma): “Cada uno debe votar según los dictados de su conciencia. Ahora, es evidente que la voz de la conciencia exige que todo católico dé su voto a candidatos que ofrezcan garantías verdaderamente suficientes para la protección de los derechos de Dios y de las almas, para el verdadero bien de las personas, de las familias y de la sociedad, según la ley de Dios y de la moral cristiana”.
– Decreto de la Sagrada Congregación Consistorial (continuación): “Los electores sólo pueden dar su voto a listas de candidatos que estén seguros de defender el respeto a la ley divina y el respeto a la religión en la vida política y privada”.
Estas dos últimas citas podrían ser suficientes para cerrar el debate y brindarnos un curso de acción simple y seguro. Puede detenerse aquí si lo considera suficiente en conciencia. Sin embargo, debo volver a complicar el problema evocando a los moralistas, autoridad a la que San Pío X se refirió en la materia. Volver a complicar, porque no todos están de acuerdo con estos candidatos “menos malos”.
Algunos dicen que se puede votar por un candidato mucho menos malo bajo ciertas condiciones, otros son más estrictos.
En cualquier caso, cada una de esas opiniones es probable y podemos, en una situación de duda sobre una elección, seguir lo que nos parezca mejor ante Dios. Si mencioné esta “cuestión controvertida”, es porque no sólo nos deja libres en conciencia, sino que también nos compromete a no condenar y acusar de pecado a quienes no juzgan como nosotros, en un sentido como en otro.
A riesgo de alargar este artículo, que ya es muy largo, aquí hay algunas citas para entender bien este punto que me parece muy importante.
Del padre Jone, moralista capuchino bajo Pío XII, a quien Monseñor Lefebvre no desdeñaba citar: “Sólo se puede dar el voto a un mal candidato cuando es necesario para evitar la elección de uno peor, pero una declaración adecuada debe explicar el motivo de esta forma de actuar. Excepcionalmente se podría, dicho sea de paso, dar su voto a un mal candidato para evitar daños personales muy graves”.
(Por ejemplo: ¿el cierre de buenas escuelas para nuestros hijos?)
La revista “L’ami du clergé” (“El amigo del clero”), a la que antiguamente estaban suscritos muchos sacerdotes de sana doctrina, resolvió así la pregunta de uno de ellos sobre este tema en 1897: “No debemos hacer ningún daño, ni siquiera con miras a hacer un bien, pero cuando es inevitable sufrir uno u otro de dos males, no es querer el menor el hecho de descartar el peor: el voto dado al menos malo y menos peligroso de los candidatos no es una aprobación de lo que hay de malo en él , sino la legítima repulsión de lo peor y más peligroso del otro. Por lo tanto, podemos votar por el menos malo (…) Para que esta votación sea lícita, son necesarias dos condiciones esenciales: la primera es que el mal y el peligro del peor candidato sean lo suficientemente notables para compensar el mal que resultaría de votar por un mal candidato, aunque menos malo (…) La segunda es que los católicos que se ven obligados a resignarse a una votación de esta naturaleza, declaren públicamente que al votar o al aconsejar que se vote de esta manera, sólo están cediendo a una dura necesidad, que sólo tienen en mente excluir al peor y más peligroso candidato, y de ninguna manera apoyan al candidato menos malo al que le dan su voto. Sin esta declaración, su voto quedaría empañado por los defectos de esta candidatura y asumirían la responsabilidad por ello”.
En otro número, la misma revista explica, en el nivel más teológico del “voluntario indirecto”, que no hay aquí dos efectos subordinados (un bien resultante de un mal) sino simultáneos (un bien y un mal).
Encontramos la misma solución teológica en el Diccionario de conocimientos prácticos y religiosos, que data de 1925.
Todo esto nos permite decir, al menos probablemente, que este caso de conciencia se resolvería mejor por el principio: “De dos males (inevitables) debemos elegir el menor” que por el que dice “No podemos hacer el mal para hacer el bien.”. Y esto me permite mencionar rápidamente las dos últimas condiciones del voluntario indirecto: 3) una intención derecha (que debe asumirse en todo católico tradicionalista que se respeta) y 4) un motivo proporcional, una razón tanto más grave que la acción que debe tomarse tiene graves consecuencias.
Recordemos sobre todo que aquí hay una cuestión controvertida y que hay otros teólogos más estrictos, como por ejemplo el jesuita Noldin, que dice que existe una grave obligación de votar por un candidato que sea apto para el cargo que se ejercerá, y que un candidato verdaderamente apto debe ser católico, ser no sólo prudente e inteligente, sino también ejercer su cargo de acuerdo con los principios católicos. En tiempos de San Pío X y hasta Pío XII, hubo candidatos que eran verdaderamente 100% católicos, y que lo profesaban en su programa electoral.
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