Antiguo imán salafista, se convirtió al catolicismo al ver las contradicciones del Corán

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Traducción del articulo : https://www.medias-presse.info/ancien-imam-salafiste-il-se-convertit-au-catholicisme-en-voyant-les-contradictions-du-coran/211749/

por Léo Kersauzie — 12 de noviembre de 2025 – Traducido por Elisa Hernández

Bruno Guillot relata en su obra autobiográfica Adieu Soulayman. Itinéraire d’un imam salafiste, Éditions Nous Al Aalam (Adiós, Soulayman. Itinerario de un imán salafista, Editorial Nous Al Aalam) el viaje que le llevó del salafismo más estricto a la fe católica, pasando por una profunda crisis espiritual que transformó por completo su visión religiosa.

La revista francesa La Nef cuenta cómo este hombre, nacido en 1986 en el seno de una familia francesa de origen católico pero no practicante, y criado en Bélgica, creyó encontrar en el islam una respuesta a sus interrogantes espirituales durante su adolescencia. A los 15 años, pronunció la shahada en una mezquita de Charleroi, donde fue acogido calurosamente, y adoptó el nombre de Soulayman (que significa «hombre de paz»). Cuatro años más tarde, se casó con una joven también convertida al islam, con la que tuvo dos hijos.

Su compromiso religioso se intensificó tras una estancia en Egipto, donde estudió árabe y comenzó a memorizar el Corán. Posteriormente, fue admitido en la Universidad Islámica de Medina (Arabia Saudí) y terminó sus estudios en Tánger (Marruecos).

Guillot abrazó el salafismo, que considera que el único camino hacia la salvación es el Corán y la Sunna, que prohíben categóricamente cualquier cuestionamiento del islam bajo pena de castigo terrenal y eterno por apostasía. Se impregnó plenamente del desprecio por el judaísmo y el cristianismo que reinaba en Medina. Su devoción era absoluta: «Vivo, como y respiro el islam», reconocía. Ni siquiera le preocupaba la posibilidad de participar algún día en la yihad. Esta devoción impresionó a sus superiores en Medina, que le concedieron a él y a su familia ventajas materiales, al tiempo que lo preparaban para contribuir a la islamización de una Europa «decadente».

El momento decisivo

Un acontecimiento inesperado marcó un punto de inflexión en la fe de Bruno. Tras obtener permiso para viajar a Bélgica a visitar a su padre, que padecía un tumor cerebral (una noticia interpretada en Medina como una intervención divina), se sorprendió al ser recibido con estas afectuosas palabras, inspiradas en el Evangelio: «Por fin estás en casa, hijo mío». Su madre le explicó entonces cómo su padre había redescubierto una fe que había abandonado hacía años y que ahora afrontaba la muerte con serenidad. «No te preocupes por la muerte: no perdemos nada, lo ganamos todo», le había dicho.

Sin embargo, desde el punto de vista islámico, tal actitud es inconcebible: como «infiel», el no musulmán solo puede esperar ser «maldito» por Dios (Corán 9:68). Bruno, profundamente imbuido de esta doctrina, se sintió «paralizado» cuando, junto al sereno cuerpo de su padre recién fallecido, compuso una oración pidiendo a Dios que lo aceptara.

Estudio comparativo de la Biblia y el Corán

Este episodio le permitió darse cuenta de su error. «Ahora comprendo que no es el amor lo que une a los musulmanes al islam, sino el miedo. Mis conversiones [al islam] estaban motivadas por el temor al infierno, y no por la misericordia divina, y no puedo evitar sentirme culpable por mi pasado».

Entonces se sumergió en un conflicto interior que le llevó a emprender un estudio comparativo de la Biblia y el Corán. Detectó una ambigüedad en el texto sagrado del islam con respecto a pasajes fundamentales del Antiguo Testamento, lo que complica su clasificación dentro de una misma tradición, como sugiere el término «religiones abrahámicas».

Mientras que el relato bíblico sitúa el sacrificio de Isaac, hijo de Abraham, en el contexto de la alianza de Dios con su pueblo (Génesis 22:2), el pasaje coránico que narra este episodio omite la identidad del niño. Bruno descubrió entonces que el nombre Ismael, utilizado en la tradición islámica, tiene por objeto presentar a Mahoma como descendiente de Abraham. Se afirma que juntos fundaron la Kaaba (la piedra de meteorito engastada en la mezquita de La Meca). Esto permite a los musulmanes considerarlo como el «Sello de los Profetas». Para paliar la ausencia de cualquier referencia a Mahoma en la Biblia, el islam se remite al Evangelio de Juan, que recoge las palabras de Jesús anunciando la «venida de otro Defensor» (14:16). Basándose en esta aclaración de Cristo, para quien este Defensor es «el Espíritu de verdad… que permanece con vosotros y estará en vosotros» (Juan 14:17), Bruno concluye: «Solo puede tratarse del Espíritu Santo».

La ambigüedad del islam también se manifiesta en la afirmación sobre los judíos y su responsabilidad en la crucifixión de Jesús. Según el Corán: «No lo mataron ni lo crucificaron, sino que así les pareció. Los que no están de acuerdo en este punto están en duda. No tienen ninguna certeza» (4:157). La palabra «incertidumbre» sorprende de repente a Bruno. Después de recitar este versículo muchas veces, incluso para persuadir a los cristianos de que se convirtieran al islam, se da cuenta de su ignorancia de una realidad histórica que nunca se ha cuestionado. Concluye: «Entonces comprendo, tan repentina como involuntariamente, que quienes dudan son los musulmanes». Y elige la verdad. «Todas mis investigaciones me llevan ahora a admitir que Jesús fue crucificado. Uno de los pilares sobre los que se sustenta el islam se ha derrumbado de forma espectacular, y yo con él. Entiendo, pues, que esta crucifixión y resurrección constituyen un elemento fundamental del plan de Dios y de la salvación de la humanidad».

Hombres ya casados querían casarse con su hija de ocho años

Más allá de los aspectos doctrinales, Bruno recuerda experiencias dolorosas vividas durante sus años de compromiso con el islam. En Medina, rechazó las propuestas de matrimonio de dos hombres musulmanes casados que también querían casarse con su hija Assia, de ocho años. Justificaban su petición citando el ejemplo de Mahoma, «el modelo perfecto» según el Corán (33:21), una de cuyas esposas, Aisha, tenía nueve años el día de su boda. También fue testigo de decapitaciones públicas y vivió la violencia y la muerte que sufrieron muchos peregrinos durante los rituales realizados en La Meca.

Poco a poco, la verdad sobre el islam fue saliendo a la luz: incoherencias y mentiras, interpretaciones erróneas de la Revelación y de los profetas, confusión histórica sobre Mahoma (no se le atribuye ningún milagro) y La Meca (que no existía en su época), contradicciones en el texto coránico, crueldad de la ley islámica, entre otros aspectos, no sin sufrimiento, que confió a otros. Estos descubrimientos le llevaron a preguntarse: «¿Y si el islam fuera solo una corriente de pensamiento entre otras, en contradicción con la ortodoxia cristiana?».

«Ya no soy musulmán; es mi liberación».

Tras una difícil lucha espiritual, marcada por la duda y los tensos intercambios con otros musulmanes, Bruno Guillot encontró la paz al cambiar su forma de rezar. Esta transformación le proporcionó una cercanía sin precedentes con Dios, a quien llamó «Padre» por primera vez. Finalmente, se lo confió a un amigo musulmán preocupado por su alejamiento: «Ya no soy musulmán; es mi liberación». Estas revelaciones le acarrearon dolorosas consecuencias, en particular insultos y amenazas de «apostasía». Se instaló en Francia con sus hijos.

Al comentar esta oscilación, un caso excepcional que caracteriza la historia del arrepentimiento, Rémi Brague subraya en su epílogo la pertinencia de su diagnóstico en un Occidente decadente, enfermo de descristianización. «El islam no atrae por sus propias cualidades, sino como compensación de una debilidad interior, para llenar un vacío espiritual». Esta valiosa obra merece toda nuestra atención.


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