Artículo original : https://remnantnewspaper.com/web/index.php/articles/item/7065-two-treatments-for-the-same-spiritual-maladies-the-catholic-church-offers-a-cure-the-synodal-church-offers-euthanasia
Autor: Robert Morrison | Columnista de The Remnant
Jueves, 29 de febrero de 2024, Traducido por Elisa Hernández
«Si por ventura tienes algún mal hábito, procura romper pronto con él, ahora que Dios te llama. Y mientras te remuerda la conciencia, alégrate, pues es señal de que Dios aún no te ha abandonado. Pero enmienda, abandona el pecado de una vez; porque si no, la herida se gangrenará y estarás perdido». (p. 79)
Al igual que otras obras espirituales católicas dedicadas a reflexiones cuaresmales, las Meditaciones y lecturas para cada día de Cuaresma de San Alfonso María de Ligorio ofrecen recordatorios diarios de que no debemos perder ni un momento en enmendar nuestras vidas. Nuestro Señor murió en la Cruz para salvarnos, y quiere que vayamos al Cielo, pero en un momento determinado el pecador obstinado no tendrá más oportunidades de volver a Dios. Por eso debemos esforzarnos por enmendarnos ahora, no sea que descubramos demasiado tarde que hemos desperdiciado nuestra última oportunidad de solicitar la misericordia de Dios.
En las reflexiones del martes y el miércoles de la Segunda Semana de Cuaresma, San Alfonso hizo hincapié en el peligro de persistir en el pecado: el endurecimiento del corazón del pecador:
«Un mal hábito endurece el corazón, y Dios lo permite justamente en castigo de la resistencia a Sus llamadas. El Apóstol dice que el Señor ‘tiene misericordia de quien quiere; y a quien quiere, endurece’ (Rom. 9:18). San Agustín lo explica así: No es que Dios endurezca al pecador habitual, sino que le retira Su gracia en castigo por su ingratitud por las gracias pasadas, y así su corazón se vuelve duro como la piedra». (p. 78)
Con estas palabras, San Alfonso identificó una de las consecuencias más aterradoras de persistir en el pecado: en algún momento, Dios puede retirar Su gracia como castigo por nuestra ingratitud hacia las gracias que nos ha concedido, dejándonos con el corazón endurecido. Con un corazón endurecido, el pecador se enfrenta a la probable consecuencia de morir obstinado en su pecado:
«Cuando se pierde la luz y el corazón se endurece, la consecuencia probable será que el pecador acabe mal y muera obstinado en su pecado». (p. 83)
San Alfonso habló con gran elocuencia, pero no dijo nada nuevo. Su diagnóstico del pecador con el corazón endurecido es totalmente coherente con las palabras de Nuestro Señor y de innumerables santos. Sus palabras reflejan la enseñanza continua de la Iglesia católica.
Tantas personas en el mundo creen ahora erróneamente que hombres como Francisco y McElroy representan a la Iglesia católica, cuando su lealtad es enteramente con la Iglesia sinodal anticatólica. La situación es análoga a la de un enfermo de cáncer que se presenta a un médico que tiene fama de ser un especialista de confianza, cuando en realidad es un fraude.
Mientras que la Iglesia católica advierte al pecador para que evite persistir en un mal hábito, la Iglesia sinodal de Francisco (que ahora se ha separado de la Iglesia católica en gran medida) acompaña al pecador en sus pecados, escuchando en lugar de juzgando:
«Escuchar exige que reconozcamos a los demás como sujetos de su propio camino. Cuando hacemos esto, los demás se sienten acogidos, no juzgados, libres de compartir su propio camino espiritual». (Documento de Trabajo Sinodal para la Etapa Continental)
Algunos de los ejemplos más atroces de este «acompañamiento» surgen en relación con el transgenerismo. Como informó Reuters el 25 de julio de 2023, Francisco llegó incluso a afirmar blasfemamente que Dios ama a los pecadores tal como son:
«Una de las jóvenes era Giona, una italiana de unos 20 años que dijo estar ‘desgarrada por la dicotomía entre (su fe católica) y la identidad transgénero’. Francisco respondió que ‘el Señor siempre camina con nosotros. . . Aunque seamos pecadores, se acerca para ayudarnos. El Señor nos ama tal como somos, éste es el amor loco de Dios’».
Del mismo modo, como parte de sus comentarios condenando a los católicos que se oponen a la Fiducia Supplicans, el cardenal Robert McElroy se refirió al compromiso del Sínodo de escuchar las voces angustiadas de todas las personas LGBT+ que se sienten injustamente juzgadas:
«La punzante cuestión del trato de la Iglesia a las personas LGBT+ fue una faceta inmensamente destacada de los diálogos sinodales . . . Voces angustiadas dentro de las comunidades LGBT, al unísono con sus familias, clamaron contra la percepción de que la Iglesia y los católicos individuales les condenan de forma devastadora.»
Está claro que McElroy no rechaza la práctica de condenar a las personas – de lo contrario no condenaría a los católicos estadounidenses por cuestionar la Fiducia Supplicans -, por lo que su verdadero objetivo es aprobar lo que la Iglesia siempre ha identificado como pecaminoso.
Tantas personas en el mundo creen ahora erróneamente que hombres como Francisco y McElroy representan a la Iglesia católica, cuando su lealtad es enteramente con la Iglesia sinodal anticatólica. La situación es análoga a la de un enfermo de cáncer que se presenta a un médico que tiene fama de ser un especialista de confianza, cuando en realidad es un fraude. El paciente desprevenido sólo quiere saber qué puede hacer para curar el cáncer, pero el médico fraudulento le dice que no hay cáncer. Si el paciente insiste en que efectivamente tiene cáncer, el médico fraudulento intenta persuadirle de que no es mortal, y no puede tratarse en ningún caso.
Nuestra determinación de oponernos a un médico así aumentaría generalmente en proporción a la cantidad de daño que viéramos que el médico perpetra. Y como la muerte espiritual es infinitamente peor que la muerte física, se puede argumentar razonablemente que ningún grupo de personas vivas en la actualidad hace más daño a la humanidad que Francisco y sus colaboradores.
Al igual que un médico fraudulento que convence al paciente para que evite tratar el cáncer, los católicos fraudulentos como Francisco y McElroy convencen al pecador para que evite combatir el pecado. Quizá el pecador acabe encontrando a un católico de verdad que le diga la verdad; pero, por desgracia, como ocurre con el cáncer, el tiempo suele ser esencial a la hora de iniciar el tratamiento contra el pecado, porque cada nuevo pecado hace más difícil la recuperación:
«San Gregorio, sobre aquel pasaje de Job: «Me ha desgarrado con herida sobre herida, se ha abalanzado sobre mí como un gigante» (16,15), observa: ‘Si una persona es atacada por un enemigo, tal vez sea capaz de defenderse a la primera herida que recibe; pero cuantas más heridas se le infligen, más fuerza pierde, hasta que al final es vencida y muerta’. Así sucede con el pecado: después de la primera o segunda vez, al pecador aún le quedan algunas fuerzas (siempre, entiéndase bien, por los medios de la gracia, que le asisten): pero si continúa pecando, el pecado se convierte en un gigante.» (p. 84)
Con cada nuevo pecado, la recuperación se hace más difícil y menos probable. Pero la esperanza no está del todo perdida mientras Dios nos dé tiempo para arrepentirnos y la gracia para hacerlo:
«Pero el pecador habitual exclamará: ¿Entonces mi caso es desesperado? No, no es desesperado, si deseas enmendarte. Pero bien observa cierto autor que los grandes males requieren grandes remedios: ‘Es bueno en las enfermedades graves comenzar la cura por varios remedios. Si un médico dijera a un enfermo en peligro de muerte que se niega a aplicar los remedios adecuados, ignorando la gravedad de su enfermedad: ‘Amigo mío, eres hombre muerto si no tomas tal medicamento’, ¿qué respondería el enfermo? ‘Aquí estoy’, diría, ‘dispuesto a tomar cualquier cosa: mi vida está en juego’». (p. 84)
Con estas palabras, San Alfonso expuso el argumento más convincente para que los católicos hablen con valentía contra la diabólica mala praxis de católicos fraudulentos como Francisco y McElroy: las almas que buscan seriamente enmendar sus vidas necesitan saber que la Iglesia católica ofrece realmente la cura. Los pecadores que buscan volver a Dios necesitan saber dónde encontrar los remedios que Dios ha confiado a la humanidad; necesitan encontrar la Iglesia católica y evitar la Iglesia sinodal.
San Alfonso describió lo que la Iglesia católica dirá al pecador que desee sinceramente agradar a Dios y salvar su alma:
«Querido cristiano, te digo lo mismo: si has contraído el hábito de algún pecado, te encuentras mal, y en el número de esos hombres que ‘raramente se curan’, según Santo Tomás de Villanueva. Estás al borde de la perdición. Sin embargo, si deseas recuperarte, existe un remedio: pero no debes esperar un milagro de la gracia; por tu parte, debes hacerte violencia a ti mismo, debes huir de las ocasiones peligrosas, evitar las malas compañías y resistir cuando te sientas tentado, encomendándote a Dios. Debes valerte de los medios adecuados, confesándote con frecuencia, leyendo cada día un libro espiritual, practicando la devoción a la Santísima Virgen, rezándole constantemente para que te obtenga fuerzas para no recaer. Debes hacerte violencia a ti mismo, pues de lo contrario se cumplirá respecto a ti la amenaza del Señor contra los obstinados: ‘Morirás en tu pecado’ (Juan 8:21). Y si no te enmiendes, ahora que Dios te da luz, será más difícil que lo hagas después». (p. 85)
La mayoría de nosotros necesitamos oír palabras como éstas más o menos continuamente, que es una de las razones por las que la Santa Madre Iglesia nos da cada año la Cuaresma para que hagamos esfuerzos especiales por volver a Dios. Mientras que la Iglesia católica ama a los pecadores lo suficiente como para ayudarles a recuperarse del pecado que oscurece sus días en esta vida y les priva de la bienaventuranza eterna, la Iglesia sinodal practica la eutanasia espiritual diciéndoles a los pecadores que no necesitan enmendar sus vidas.
Todos somos pecadores muy necesitados de la misericordia de Dios. Al decir al mundo que el pecado ya no es pecado, la fraudulenta Iglesia Sinodal pretende privar al mundo de la misericordia de Dios. Las primeras víctimas son quienes buscan la verdad de Dios en la Iglesia que Él estableció, pero se producen efectos dominó en toda la sociedad, perjudicando incluso a quienes no tienen conocimiento directo de la Iglesia.
Volviendo a la analogía del médico fraudulento, la mayoría de nosotros no dudaría en desenmascarar a un médico que mintiera deliberadamente a sus pacientes. Nuestra determinación de oponernos a un médico así aumentaría generalmente en proporción a la cantidad de daño que viéramos que el médico perpetra. Y dado que la muerte espiritual es infinitamente peor que la muerte física, se puede argumentar razonablemente que ningún grupo de personas vivas en la actualidad hace más daño a la humanidad que Francisco y sus colaboradores.
Sólo Dios puede resolver esta crisis, pero nosotros, que podemos ver, tenemos la obligación de hacer todo lo posible para cooperar con la gracia de Dios para oponernos a los malhechores que se hacen pasar por autoridades católicas. Nuestra oposición debe incluir la aplicación generosa de los remedios – primero para nosotros mismos y luego para los demás – que estos católicos fraudulentos se niegan a proporcionar a nuestro mundo pecador. ¡Corazón Inmaculado de María, ruega por nosotros!
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