Por qué el feminismo no pudo salvarme, pero Cristo sí
Traducción del articulo : https://thefeministturnedhousewife.substack.com/p/from-the-void-to-the-cross-my-unexpected
Por Elisabeth Stone – Traducido por Elisa Hernández

No me criaron como cristiana. De hecho, me criaron para rechazar el cristianismo. Mi padre hizo todo lo posible por desacreditarlo, por desprestigiarlo, para asegurarse de que lo entendiéramos como una mentira. Y yo le creí.
Algunos de mis recuerdos más vívidos son las conversaciones con mis amigos cristianos en la escuela y cómo disfrutaba poniendo en duda sus creencias y su fe. Que Dios me perdone por ese terrible pecado, pero así era yo. Odiaba los valores cristianos. Pensaba que solo los borregos, las personas poco inteligentes que necesitaban que les dijeran qué hacer, seguían a Cristo. Y yo era una mujer moderna, una que no estaba dispuesta a que este hombre, Jesucristo, ni ningún otro, me dijera qué hacer.
Me convertí en una feminista atea convencida. Fui a la universidad. Me dediqué a perseguir una carrera profesional. Viví el estilo de vida que el feminismo promete que te hará sentir realizada: independencia, citas esporádicas, viajes, educación, éxito. Y, según todos los criterios externos, lo había conseguido. Había ganado el juego. Pero me sentía absolutamente miserable.
En la universidad, parecía que lo tenía todo. Tenía mi propio apartamento, mi propio coche y amigos con los que salir todos los fines de semana. Hacía exactamente lo que creía que debía hacer. Pero noche tras noche, me quedaba despierta hasta tarde con la televisión encendida durante horas solo para adormecer los pensamientos que gritaban en mi cabeza, pensamientos que siempre volvían en cuanto se detenía el ruido, y el silencio era insoportable porque mi conciencia siempre estaba ahí, gritándome las cosas que en el fondo sabía y fingía no saber.
Creía en todos los principios fundamentales del feminismo: el control de la natalidad, la liberación sexual, el rechazo de los valores tradicionales y que una mujer feliz era una mujer independiente, que no necesitaba a nadie. Incluso en un momento dado, consideré seriamente la posibilidad de esterilizarme de forma permanente. Odiaba tanto mi feminidad que quería borrarla por completo. Nunca quise tener hijos, nunca quise atarme, solo vivir para mí misma: viajar, tener mi libertad, hacer lo que quisiera sin consecuencias. La única razón por la que no me sometí a la intervención fue porque no estaba legalmente permitido para alguien de mi edad sin hijos. Por la gracia y la misericordia de Dios, no sucedió.
Pero incluso con toda la libertad que creía desear, estaba inquieta. Bebía, fumaba, salía de fiesta, consumía, siempre buscando la siguiente emoción. Y, sin embargo, las emociones nunca duraban. En cuanto terminaba una, ya estaba buscando la siguiente: el siguiente viaje, la siguiente compra, la siguiente relación, la siguiente experiencia. Era un ciclo sin fin, una cosa tras otra, nunca satisfactoria, nunca suficiente. Siempre vacío y, sin embargo, siempre consumiendo.
Era como vivir drogada. Obtenía un subidón temporal y luego necesitaba más, y más, y más. Nada me sostenía. No había paz verdadera, ni descanso verdadero. Y en el fondo, no solo me sentía vacía, me sentía perdida.
La verdad es que todos nosotros estamos hechos a imagen de Dios y hemos sido creados para estar en comunión con Él. Cuando nos separamos de Él, hay un vacío en nosotros que nada más puede llenar. Intentamos llenarlo con posesiones, relaciones, viajes, aficiones, mascotas, entretenimiento, pero todo eso es temporal. El vacío es eterno, y solo algo eterno puede llenarlo. Ese algo es una persona, Jesucristo.
Pero yo nunca quise ser cristiana. Odiaba el cristianismo. Odiaba los valores tradicionales. Creía en todo lo que enseñaba el progresismo, la homosexualidad, el transgénero, el relativismo, pensaba que todo eso era bueno. Me burlaba de las cosas en las que ahora creo.
Y entonces conocí a un cristiano en el trabajo. Era amable. Le respetaba, así que le escuché. Y me habló de Jesús. No con clichés ni con una espiritualidad vaga, sino que me dijo quién era Cristo. Respondió a preguntas que había enterrado durante años, preguntas que nadie había respondido nunca sin condescendencia o confusión. Por primera vez, alguien hizo que el Evangelio tuviera sentido. Alguien me miró como si le importara, alguien me dijo por qué a Jesús le importaba, por qué murió por mí, por qué me amaba. Nunca había oído nada de esto…
Y cuando me dijo por qué Cristo murió, cuando escuché la verdad del Evangelio, esa noche fui a casa y creí. Y por primera vez en mi vida, dormí. Quiero decir, dormí de verdad. Sin pánico, sin miedo, sin la angustia que me carcomía por el vacío. Tenía paz. Tenía alegría.
Nunca esperé estar aquí. Nunca esperé ser quien defendiera el tradicionalismo, la fe, la verdad. Pero Dios salva a los pecadores. Y yo soy la prueba viviente. Él me encontró en mi rebeldía, en mi desesperación, en mi odio, y me abrió los ojos.
Jesucristo es real. Y Él es paz. No fue seguir al mundo lo que me liberó. Fue la Cruz.
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