Solidaridad para Mons. Viganò, el pastor que da voz a los verdaderos marginados

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Articulo original : https://www.medias-presse.info/solidarite-mgr-vigano/192449

por Francesca de Villasmundo – 28 de junio de 2024 – Traducido por Elisa Hernández

La amenaza de ‘excomunión’ del arzobispo Viganò por parte de la Roma bergogliana está causando un gran revuelo, sobre todo en Italia, país natal del arzobispo.

La redacción de este periódico en línea, Mediapress info (MPI), ha decidido abrir una sección para compartir con sus lectores algunos de los análisis más pertinentes del ‘affaire’ Viganò. Por supuesto, puede que algunos de nosotros no estemos de acuerdo con todos los argumentos expuestos, pero eso no significa que estos textos de ‘solidaridad’, por utilizar la palabra de Aldo Maria Valli, con el arzobispo Carlo Maria Viganò carezcan de fundamento.

Así pues, en primer lugar publicamos el texto de Aldo Maria Valli, famoso periodista italiano de la prensa escrita y televisiva, escritor y corresponsal en el Vaticano desde hace unos cuarenta años, aparecido en su página web Duc in Altum. Sería difícil acusar al Sr. Valli de extremismo, fanatismo o cualquier otro calificativo por el estilo. Por eso su texto es una buena introducción a esta sección.

Francesca de Villasmundo

 El apoyo de Aldo Maria Valli al arzobispo Viganò

«En los últimos días, como han podido comprobar, Duc in altum se ha convertido en depositario de innumerables muestras de solidaridad, estima y afecto hacia el arzobispo Carlo Maria Viganò después de que el ex nuncio apostólico en Estados Unidos fuera citado por el Vaticano para responder por el delito de cisma.

Decidí ponerme espontáneamente a disposición de todas estas voces, porque normalmente nadie lo hace. En una Iglesia que habla mucho de inclusividad y adopta el lema «todos, todos, todos», en realidad muchos fieles se sienten aislados y abandonados.

Los mensajes de solidaridad con el arzobispo Viganò muestran sobre todo gratitud, y esto es significativo, porque él ha interceptado este sufrimiento y en cierto sentido se ha convertido en el representante de un amplio sector de católicos completamente marginados. Los sacerdotes y los obispos deberían ser sus interlocutores y puntos de referencia, pero no lo son. Y a menudo, ante el grito de dolor de estos fieles, se encogen de hombros o reaccionan de forma arrogante y altanera.

Alguien me escribió para decirme que no debería participar en esta operación. En otras palabras, no debería dar la palabra a creyentes fanáticos o incultos que no tienen ni idea de la unidad eclesial.

 Tendríamos entonces que cuestionar la idea de que la unidad se anteponga a la de la verdad.

Esta crítica, viniendo de quienes se llenan continuamente la boca con la noción de «pueblo de Dios», es realmente curiosa. Para ellos, el «pueblo» está formado únicamente por los que se alinean y marchan bajo la bandera del progresismo. Todos los demás son parias o individuos peligrosos. Y ¡qué coherencia por parte de los que dicen ser los paladines de este Bergoglio que ha hecho de la misericordia su estandarte y que ha despotricado repetidamente contra la «cultura del descarte»!
Habría que preguntarse entonces por la idea de unidad antepuesta a la de verdad. ¿Es legítimo falsear, suavizar y relativizar la verdad en nombre de la unidad?

Otros mensajes muy duros proceden de personas que me acusan no sólo de dar la palabra a personas que deberían ser abandonadas a su suerte, sino también de tomar partido por un cismático. Otra circunstancia muy curiosa. Los que me acusan pertenecen al campo legalista, pero en este caso ya han pronunciado su juicio.

Luego tenemos la reacción de los católicos que, aunque se definen como conservadores, ante lo que el arzobispo Viganò denuncia abiertamente, sostienen que el arzobispo ha sobrepasado los límites de la crítica permisible al Papa. ¿Y cuándo se han sobrepasado estos límites? Cuando, básicamente, se llega a cuestionar la legitimidad del Papa, es decir, su propio ser como Papa.

Ahora bien, comprendo muy bien que para un católico cuestionar la legitimidad del sucesor de Pedro es cruzar un umbral crucial. La sola idea de cruzar ese umbral puede ser espantosa. Por otro lado, observo que en el punto al que hemos llegado, en lo que respecta al pontificado de Bergoglio, la cuestión pertenece ahora al horizonte común de muchos fieles que simplemente no pueden, en conciencia, ver a Francisco como la roca. Y no pueden hacerlo porque Francisco no sólo no les confirma en la fe, sino que parece estar haciendo todo lo posible por liquidar el depositum fidei.

 ¿Puede considerarse honestamente al arzobispo Viganò un enemigo de la Iglesia?

También desde este punto de vista, me parece que el arzobispo Viganò ha captado un sentimiento generalizado y, en lugar de apartarse o pronunciar frases tibias, ha decidido interpretarlo. ¿Debemos, pues, considerarle un enemigo de la Iglesia? ¿O debemos prestar atención a sus argumentos, teniendo en cuenta que proceden de un pastor con una profunda experiencia de los asuntos eclesiásticos?

Ya conoce el linaje Duc in altum. Aquí prestamos atención a los argumentos del arzobispo. Los tomamos en serio y creemos que, si realmente queremos el bien de la Iglesia, no podemos hacer otra cosa.

Y es precisamente en este sentido en el que creo que sería apropiado que el arzobispo Viganò volviera al concepto que está en el corazón de su visión. Me refiero al vicio del consentimiento (vitium consensus) de Bergoglio al aceptar la elección. Aunque el análisis de todos los males (llamémosles desastres) causados por este pontificado me parece ahora suficientemente detallado y rico en documentación, siento la necesidad de profundizar en la noción de vicio de consentimiento.

En uno de sus escritos de octubre del año pasado, el arzobispo Viganò escribió: «La prueba de la no implicación de Bergoglio en el cargo que ocupa es ciertamente un hecho doloroso y muy grave; pero tomar conciencia de esta realidad es la premisa indispensable para remediar una situación insostenible y desastrosa».

 Una pregunta al arzobispo Viganò

En pocas palabras, la pregunta de Viganò es la siguiente: en el cónclave de 2013, cuando los cardenales votaron por él, ¿Jorge Mario Bergoglio aceptó el nombramiento para servir a la Iglesia católica o a la Iglesia sinodal? ¿Para ser defensor Fidei o defensor del globalismo progresista? ¿Para llevar la luz del Evangelio de Jesús al mundo o para enseñar que Dios mismo quería la diversidad de religiones (como escribió en la Declaración de Abu Dhabi)?

Para el arzobispo Viganò, si no he entendido mal, la respuesta proviene precisamente de la observación del pontificado de Bergoglio. Demuestra que el ex arzobispo de Buenos Aires, una vez que ocupó la Cátedra de Pedro, se mostró «manifiestamente hostil a la Iglesia». Pero, ¿puede esta observación empírica bastar para atestiguar la falta de consentimiento y, por tanto, la ilegitimidad de Francisco? ¿Y cómo se podría proceder en este sentido?

Además, ¿qué opina el arzobispo Viganò de la otra idea sostenida por quienes defienden la ilegitimidad de Francisco, a saber, que la renuncia de Benedicto XVI fue inválida y, por tanto, también el cónclave que le siguió?

Creo que el arzobispo Viganò ejercería plenamente la virtud de la caridad si nos ayudara (aún más de lo que ya lo ha hecho) a afrontar estos problemas en los que tantos de nosotros corremos el peligro de dar vueltas en círculo sin encontrar una salida.»


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