Zares sin imperio – Los Romanov en el exilio (1919-1992)

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Artículo original : https://www.medias-presse.info/tsars-sans-empire-les-romanov-en-exil-1919-1992/188934

por Ex Libris – 16 de abril de 2024 – Traducido por Elisa Hernández

Boris Prassoloff nació en Francia de padres rusos blancos que emigraron en 1917, y es licenciado por la HEC (La Escuela de Estudios Superiores de Comercio (en francésÉcole des hautes études commerciales de Paris – HEC París). Paralelamente a su carrera de economista, se ha dedicado al estudio de la emigración rusa a Francia. Pero su nuevo libro, publicado por Perrin, aborda un tema más amplio: los Romanov en el exilio, de 1919 a 1992.

Rusos blancos en el exilio

Tras el hundimiento del zarismo y la masacre de la familia imperial, el gran duque Cirilo, jefe de la rama de los Wladimirovitch y primo del zar, emigró a Francia. Otros Romanov ya le habían precedido, como el gran duque Alejandro y el gran duque Boris. Cientos de miles de rusos – las estimaciones en enero de 1921 oscilan entre 860.000 y más de dos millones – también emigraron para escapar del régimen bolchevique, e iban a reconstituir una «Rusia más allá de sus fronteras», sobre todo en Francia.

No se trataba de una emigración dispersa: desde el punto de vista sociológico, era bastante homogénea y jerarquizada (se mantuvieron los títulos, los rangos y las formas de respeto), y conservó su cultura, su lengua, su religión y sus tradiciones. Se estructuraron rápidamente creando todo tipo de organizaciones – de ayuda mutua, militares, profesionales, culturales, religiosas y políticas – y publicando numerosos boletines, revistas y periódicos. En París había varios barrios auténticamente rusos, con escuelas, tiendas y restaurantes. Los emigrantes se reunían los domingos en torno a sus iglesias, especialmente la catedral de la rue Daru. Todos soñaban con volver a casa.

Peleas entre monárquicos

Algunos no se contentaban con soñar. Tras la evacuación de sus tropas en noviembre de 1920, el general Wrangel no abandonó la idea de reanudar la lucha contra los rojos. Ayudado por el general Koutiepov, consiguió mantener la cohesión, la disciplina y los lazos de solidaridad de una organización militar en el exilio que contaba con decenas de miles de hombres en toda Europa. Otros trabajaron políticamente para «restablecer la monarquía dirigida por un soberano legítimo de la Casa Romanov, de acuerdo con las Leyes Fundamentales del Imperio Ruso». Ocho Grandes Duques habían escapado a la masacre, pero sólo circulaban tres nombres: el Gran Duque Nicolás Nikoláievich, un viejo líder militar de prestigio inigualable, pero que se encontraba muy abajo en el orden oficial de sucesión; el Gran Duque Cirilo, teóricamente el número uno en el orden de sucesión, pero cuyo comportamiento en febrero de 1917 había escandalizado a muchos; y en un segundo plano, el Gran Duque Dimitri, coronado por su participación en la eliminación de Rasputín. Esto marcó el inicio de las divisiones entre los monárquicos. En 1924, Cirilo se proclamó emperador de todas las Rusias. Pero el Consejo Monárquico Supremo, los grandes jefes militares de la guerra civil – Denikin, Koutiepov, Wrangel – y varias personalidades monárquicas se negaron a reconocer al nuevo zar.

El fracaso, tan cerca de la meta

Cuando el gran duque Cirilo murió el 12 de octubre de 1938, su hijo el gran duque Vladimir reclamó el trono imperial. Más de medio siglo después, en 1991, cuando se derrumbó la Unión Soviética, estuvo a punto de ascender al trono de una Rusia en total desorden. El 21 de abril de 1992, durante una conferencia de prensa, el Gran Duque Vladimir se desplomó sobre su mesa. Al día siguiente, invitado por un banco estadounidense, debía pronunciar una importante conferencia en Miami sobre la conveniencia de restaurar la monarquía rusa. Este fascinante libro relata la increíble historia de un acuerdo entre bastidores que se prolongó durante varias décadas y acabó en fracaso, tan cerca del objetivo.

Ex Libris

Tsars sans empire – Les Romanov en exil (1919-1992), Boris Prassoloff, publicado por Perrin, 416 páginas, 24 euros

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