Articulo original del sitio Traditional Catholic (“Católico tradicional”)
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Papa León XIII (1878-1903)
- Sobre el socialismo
«Al comienzo mismo de Nuestro pontificado, como exigía la naturaleza de Nuestro oficio apostólico, nos apresuramos a señalar en una carta encíclica dirigida a vosotros, venerables hermanos, la plaga mortal que se está introduciendo en las fibras mismas de la sociedad humana y la está llevando al borde de la destrucción; al mismo tiempo señalamos también los remedios más eficaces por los que la sociedad podría ser restaurada y podría escapar de los gravísimos peligros que la amenazan. Pero los males que entonces deplorábamos han aumentado tan rápidamente que nos vemos obligados a dirigirnos de nuevo a vosotros, como si oyéramos resonar en Nuestros oídos la voz del profeta: ‘Clama, no ceses, alza tu voz como una trompeta’» [Isa. 58:1.]. Comprendéis, venerables hermanos, que nos referimos a esa secta de hombres que, bajo diversos y casi bárbaros nombres, se llaman socialistas, comunistas o nihilistas, y que, extendidos por todo el mundo y unidos por los más estrechos lazos en una perversa confederación, ya no buscan el amparo de reuniones secretas, sino que, marchando abierta y audazmente a la luz del día, se esfuerzan por llevar a término lo que llevan mucho tiempo planeando: el derrocamiento de toda sociedad civil.
Ciertamente, estos son los que, como atestiguan las Sagradas Escrituras, ‘Contaminan la carne, desprecian el dominio y blasfeman de la majestad’ [Judas 8.] No dejan nada intacto o entero que, tanto por las leyes humanas como por las divinas, haya sido sabiamente decretado para la salud y la belleza de la vida. Rechazan la obediencia a las potestades superiores, a las que, según la admonición del Apóstol, toda alma debe estar sujeta, y que derivan de Dios el derecho de gobernar; y proclaman la absoluta igualdad de todos los hombres en derechos y deberes. Degradan la unión natural del hombre y la mujer, que se considera sagrada incluso entre los pueblos bárbaros; y su vínculo, por el que la familia se mantiene unida principalmente, lo debilitan, o incluso lo entregan a la lujuria. Atraídos, en fin, por la codicia de los bienes presentes, que es ‘la raíz de todos los males que algunos codiciando han extraviado de la fe,'[1 Tim. 6:10. Y mediante un plan de horrible maldad, mientras parecen deseosos de cuidar de las necesidades y satisfacer los deseos de todos los hombres, se esfuerzan por apoderarse y mantener en común todo lo que ha sido adquirido ya sea por título de herencia legítima, o por el trabajo del cerebro y las manos, o por el ahorro en el propio modo de vida. Estas son las sorprendentes teorías que pronuncian en sus reuniones, exponen en sus panfletos y esparcen por doquier en una nube de revistas y tratados. Por eso, la venerada majestad y poder de los reyes se ha granjeado un odio tan feroz por parte de sus sediciosos pueblos, que los traidores desleales, impacientes de toda restricción, más de una vez en un breve período han levantado sus armas en impío atentado contra la vida de sus propios soberanos.
Pero la audacia de estos malos hombres, que día a día amenaza más y más a la sociedad civil con la destrucción, y golpea las almas de todos con ansiedad y temor, encuentra su causa y origen en aquellas doctrinas venenosas que, esparcidas en tiempos pasados entre el pueblo, como semilla maligna dieron a su debido tiempo tan fatal fruto. Porque sabéis, venerables hermanos, que aquella guerra mortífera que desde el siglo XVI en adelante han emprendido los innovadores contra la fe católica, y que ha crecido en intensidad hasta nuestros días, tenía por objeto subvertir toda la revelación y derribar el orden sobrenatural, para abrir así el camino a los descubrimientos, o más bien a las alucinaciones, de la sola razón. Esta clase de error, que falsamente usurpa para sí el nombre de razón, ya que atrae y despierta el apetito natural que hay en el hombre de sobresalir, y da rienda suelta a los deseos ilícitos de todo tipo, ha penetrado fácilmente no sólo en la mente de una gran multitud de hombres, sino también en gran medida en la sociedad civil. De ahí que, por una nueva especie de impiedad, inaudita incluso entre las naciones paganas, se hayan constituido estados sin contar para nada con Dios ni con el orden establecido por Él; se ha dado a entender que la autoridad pública no deriva de Dios ni sus principios, ni su majestad, ni su poder de gobernar, sino más bien de la multitud, la cual, creyéndose absuelta de toda sanción divina, sólo se inclina ante las leyes que haya dictado a su propia voluntad. Las verdades sobrenaturales de la fe han sido atacadas y desechadas como si fueran hostiles a la razón, y el mismo Autor y Redentor de la raza humana ha sido desterrado poco a poco de las universidades, de los liceos y de los gimnasios, en una palabra, de todas las instituciones públicas. Las recompensas y los castigos de una vida futura y eterna han sido entregados al olvido, y el ardiente deseo de felicidad se ha limitado a los límites del presente. Habiéndose esparcido por todas partes doctrinas como éstas, habiendo surgido por todas partes una licencia tan grande de pensamiento y acción, no es de extrañar que los hombres de la clase más baja, cansados de su miserable casa o taller, estén ansiosos por atacar las casas y fortunas de los ricos; no es de extrañar que ya no exista ningún sentido de seguridad ni en la vida pública ni en la privada, y que la raza humana haya avanzado hasta el borde mismo de la disolución final.»
[Quod Apostolici Muneris, 28 de diciembre de 1878.]
- Sobre la masonería
«3. En una crisis tan urgente, cuando un ataque tan feroz y tan apremiante se hace contra el nombre cristiano, es Nuestro deber señalar el peligro, señalar quiénes son los adversarios, y en la medida de Nuestro poder hacer frente a sus planes y maquinaciones…»
«12. Ahora bien, la doctrina fundamental de los naturalistas… es que la naturaleza humana y la razón humana deben ser en todas las cosas dueñas y guías. Estableciendo esto, poco les importan los deberes para con Dios, o los pervierten con opiniones erróneas y vagas. Pues niegan que algo haya sido enseñado por Dios; no admiten ningún dogma de religión o verdad que no pueda ser comprendido por la inteligencia humana, ni ningún maestro a quien se deba creer en razón de su autoridad.»
«17. Pero los naturalistas van mucho más lejos; porque, habiendo entrado, en las cosas más elevadas, en un camino completamente erróneo, son llevados precipitadamente a los extremos, ya por razón de la debilidad de la naturaleza humana, ya porque Dios les inflige el justo castigo de su orgullo. De aquí resulta que ya no consideran como ciertas y permanentes aquellas cosas que son plenamente comprendidas por la luz natural de la razón, como lo son ciertamente: la existencia de Dios, la naturaleza inmaterial del alma humana y su inmortalidad.»
«22. Luego vienen sus doctrinas de política, en las que los naturalistas establecen que todos los hombres tienen el mismo derecho, y son en todos los aspectos de igual y semejante condición; que cada uno es naturalmente libre; que nadie tiene derecho a mandar a otro; que es un acto de violencia exigir a los hombres que obedezcan a cualquier autoridad que no sea la obtenida de ellos mismos. Según esto, por lo tanto, todas las cosas pertenecen al pueblo libre; el poder se detenta por mandato o permiso del pueblo, de modo que, cuando cambia la voluntad popular, los gobernantes pueden ser legítimamente depuestos y la fuente de todos los derechos y deberes civiles está en la multitud o en la autoridad gobernante cuando ésta se constituye según las últimas doctrinas. Se sostiene también que el Estado debe carecer de Dios; que en las diversas formas de religión no hay razón para que una tenga precedencia sobre otra; y que todas deben ocupar el mismo lugar.»
[Humanum Genus, 20 de abril de 1884.]
- Sobre la naturaleza de la libertad humana
«15. Lo que los naturalistas o racionalistas pretenden en filosofía, eso intentan los partidarios del liberalismo, llevando a la práctica los principios establecidos por el naturalismo, en el dominio de la moral y de la política. La doctrina fundamental del racionalismo es la supremacía de la razón humana, la cual, rehusando la debida sumisión a la razón divina y eterna, proclama su propia independencia y se constituye en principio supremo y fuente y juez de la verdad. De ahí que estos seguidores del liberalismo nieguen la existencia de cualquier autoridad divina a la que se deba obediencia, y proclamen que cada hombre es ley para sí mismo; de donde surge ese sistema ético que ellos denominan moral independiente, y que, bajo la apariencia de libertad, exonera al hombre de toda obediencia a los mandatos de Dios, y lo sustituye por una licencia sin límites.»
[Libertas, 20 de junio de 1888.]
- Sobre las nuevas opiniones
«El principio que subyace en estas nuevas opiniones es que, para atraer más fácilmente a los que difieren de ella, la Iglesia debería conformar sus enseñanzas más de acuerdo con el espíritu de la época y relajar parte de su antigua severidad y hacer algunas concesiones a las nuevas opiniones. Muchos piensan que estas concesiones deben hacerse no sólo en lo que se refiere a los modos de vida, sino incluso a las doctrinas que pertenecen al depósito de la fe. Sostienen que sería oportuno, para ganar a los que difieren de nosotros, omitir ciertos puntos de su enseñanza que son de menor importancia, y atenuar el significado que la Iglesia siempre les ha atribuido. No hacen falta muchas palabras, amado hijo, para probar la falsedad de estas ideas si se recuerda la naturaleza y el origen de la doctrina que la Iglesia propone. El Concilio Vaticano dice sobre este punto: «Porque la doctrina de la fe que Dios ha revelado no ha sido propuesta, como una invención filosófica que deba ser perfeccionada por el ingenio humano, sino que ha sido entregada como depósito divino a la Esposa de Cristo para ser fielmente guardada e infaliblemente declarada. Por tanto, se ha de conservar perpetuamente el sentido de los dogmas sagrados que nuestra Santa Madre, la Iglesia, ha declarado una vez, ni se ha de apartar jamás de ese sentido con la pretensión o el pretexto de una comprensión más profunda de los mismos». – Constitutio de Fide Catholica, capítulo IV.
Que esté lejos de la mente de cualquiera suprimir por cualquier razón cualquier doctrina que haya sido transmitida. Semejante política tendería más bien a separar a los católicos de la Iglesia que a incorporar a los que difieren. Nada hay más cercano a nuestro corazón que el que los separados del redil de Cristo vuelvan a él, pero no de otra manera que por el camino señalado por Cristo.» [Testem Benevolentiae Nostrae, 22 de enero de 1899.]
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